jueves, 27 de enero de 2011

LAPIDO: Doble salto mortal bajo la lluvia



Excepcional concierto, anoche, en Sevilla.
“El rock and roll ha triunfado.” Fue la frase lanzada al aire por Lapido en el escenario del Teatro Central.  Allí estábamos. Sin fumar, sin beber, sin poder movernos demasiado...  Afuera, una suave lluvia que no calaba. Dentro, alrededor de trescientos corazones calados, cartografiados, golpeados por unas canciones de certera acupuntura emocional que te clavan a la butaca.
Alguien hizo notar que, en la ciudad, al otro lado del río, se desarrollaba, a la misma hora, un evento deportivo de amplia audiencia y de singulares - por diferentes - efectos en otros corazones, corazones de ángulos más rectos, tal vez.
Entre los acordes de las guitarras, el compás perfecto de la sección rítmica, las armonías blancas y negras del órgano y el piano.  Candilejas iluminan el claroscuro y un foco de luz blanca cae sobre  el músico. Un músico con una voz diferente, una voz propia, una voz que no ha parado de alumbrarnos y de oscurecernos, desde hace mucho tiempo.
Y allí estábamos. Sentados y sin pestañear. Algunos por primera vez. Otros, como Salva, compañero de generación curtido en mil batallas, podría escribir su autobiografía en clave lapidiana. Pero todos, con la respiración cortada o no, con el pelo del antebrazo de punta o con el de la nuca, da igual, asistimos a uno de los mejores y más sensibles actos de rock que se pueden ver en estos tiempos difíciles, para la música en particular, y, qué se puede decir, para lo demás.
El sonido fue espectacular. Felicitaciones a Chico, por lo que le toca. Las canciones sonaban, iban desgranándose de una en una, como perlas de sombra y de sueño. No sólo el sobrecogedor “Paredes Invisibles” del comienzo, sino todo lo que vino después. En el escenario, Lapido y su banda nos habían preparado un desfile, la parada de su universo particular, donde no encontraremos la Verdad, con mayúsculas, pero daremos con muchas verdades. No hay lugar para la hipocresía en su visión del mundo y esto,  una de sus mayores virtudes para mí, es lo que hace verdadero al artista. No estuvieron todas, es imposible en “sólo” dos horas de concierto y teniendo a sus espaldas una obra importante ya en cuanto a cantidad. Veintiséis perlas nos regaló, 26. El 62 puesto del revés. Su interior al descubierto, desfilando sin pudor entre melodías y riffs. Fue un desfile, pero de emociones.
Finalmente, en un aire sin humo, sonaron las primeras notas de “Cuando El Ángel Decida Volver”. En la calle, la lluvia seguirá cayendo, pensé, ahora acompasadamente, pausada, melodiosa, al son de la música, repiqueteando con fuerza en la otra orilla del río,  haciendo latir con su ritmo el suave viento, la música celestial que cae como un don del cielo sobre las luces de la ciudad en llamas.
O así me pareció a mí.

Y sí, lo creas o no, algo falla. Cansados de tanto volver a empezar, entre paredes invisibles dejamos ir los sueños, antes de morir de pena en medio de ningún lado. Nadie espera la hora de los lamentos en el Más Allá.

José Ignacio, anoche, cuando regresabas a Granada entre la llovizna, después de fumarnos un cigarrillo y reirnos de la vida, olvidé decirte que te quiero.
Gracias.


martes, 25 de enero de 2011

MINICUENTOS: El sabor de lo breve



Las lecturas de adolescencia y juventud suelen marcar nuestra vida. Los libros de autores como Cortázar, Poe, Chèjov o Borges, por poner algunos ejemplos de maestros del relato corto y la narración breve en general, causaron tempranamente en mí la inquietud de ponerme, yo también, manos a la obra. Como aprendiz de escritor que era – y sigo siendo –, mis primeros intentos de escribir una historia con final redondo en un par de folios me resultaban frustrantes. Sin embargo, prefería el cuento a la novela por muchos motivos. Como lector, leía todo lo que caía en mis manos, desdeñaba pocas cosas, y esa ardorosa avidez juvenil me llevó, tirando del hilo, de un autor a otro y de este a otro y así sucesivamente.
Con el tiempo y la lectura, es fácil darse cuenta de que las diferencias entre los textos breves, desde los años veinte hasta ahora, no son tantas. Mientras la novela, por dar un ejemplo, ha variado mucho desde entonces, los minicuentos siguen manteniendo rasgos comunes: siempre son breves, muchas veces, aunque no siempre, establecen relaciones intertextuales o culturales con otros géneros y siempre están bien escritos. Al mismo tiempo, todos son muy distintos, como siempre sucede con la buena literatura. Además, lo que permanece, más que algún estilo específico, es la excelente escritura, ya sea larga o corta.
De ese modo, una soleada mañana de mercadillo cayó en mis manos uno de los mejores libritos de minicuentos que he leído, La muerte viaja a caballo, del venezolano Ednodio Quintero. Lo compré porque no tenía más dinero y porque me gustó el título.
Así, a través de su contraportada, conocí la ficción breve venezolana y sus excelentes autores, de los que he querido hacer una breve, brevísima, selección:
Comenzamos el recorrido con este cuento de Ednodio Quintero (1947), que se publicó en La línea de la vida (1988), libro en el que el escritor reelabora algunos minicuentos que aparecían en La muerte viaja a caballo (1974):

TATUAJE

Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.

La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos, breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del oeste. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marinero emprendió el ansiado viaje a la eternidad.

En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.

El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, lentamente fue cediendo terreno. Concertaron una cita; y la noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.

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El gran escritor Oswaldo Trejo (1924-1996) publica en 1985 Una sola rosa y una mandarina, un libro en el que la brevedad no hace mella en su particular estilo hermético y experimental.

OTRA TRANSPARENCIA

Al mar la transparencia, para ellos desazulizándolo, desverdeciéndolo del lado allá de donde otros cortando, a manera de cubos, las grandes piedras.

Traslado de los cubos, pero sólo mientras la noche cercando las aguas, ya más blancas que las leches.

En actividad hasta la noche llegadera, de colocaje de los cubos, hasta las formas en las superficies de piedra.

Más allá, detrás de lo visible, los lugares del mar en los que las cosas asentándose. Los navíos acaso ya junto a las sacudidas de las especies marinas, en los estertores.

Pasado todo el mar, pasado, pasado. Acá la sequedad y allá del otro lado de los cubos, también la sequedad.

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Visión memorable (1987) de Miguel Gomes (1964), en este texto:

COTIDIANA

Tras una discusión, coloqué a mi mujer sobre la mesa, la planché y me la vestí. No me sorprendió que resultara muy parecida a un hábito.

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He dejado para el final a Antonio López Ortega (1957). En los 90 publica tres libros ejemplares: Calendario (1991), Naturalezas menores (1991) y Lunar (1997). El estilo de López Ortega tiene que ver con la ficción autobiográfica desarrollada en la brevedad. Sus textos son cortos, precisos, con finales abiertos, como descripciones de fotografías familiares. Nada tienen que ver con la intertextualidad evidente de otros autores, ni con el final sorpresivo que se atribuye al minicuento. Lo suyo son historias cotidianas de su vida que el autor nos deja entrever.  Este texto, de igual título que una obra de Cortázar, pertenece a Naturalezas menores:

LA OTRA ORILLA

Como el río voraz que recoge su caudal en la vertiginosa corriente, la imagen vuelve a latir en mi recuerdo. Mi padre ha extraviado el rumbo en alguna carretera de mi infancia y quiere acortar camino atravesando el puente que ya roza peligrosamente la crecida. Mi madre se asusta y dice "no, amor, por aquí no". Pero mi padre ensordece ante la súplica y aventura el Plymouth azul sobre los gruesos maderos de la base. Yo me asomo por la ventanilla, yo me asomo para ver los cauchos sumergidos en el agua marrón, yo me asomo para sentir el temblor del corazón en mi garganta. Una sacudida nos suspende en el aire como si el vehículo respondiera al timón alocado de la balsa que ya casi somos.

Ganada finalmente la otra orilla, apagado el lloriqueo de mi hermana y vueltos a su órbita los ojos de la madre, alcancé a ver el rostro sudoroso de mi padre: una tibia sonrisa, sí, una apuesta que el azar le consentía en las manos temblorosas, una secuencia vuelta pedazos que aun reconstruyo bajo el hierro al rojo vivo de los días.

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Otros escritores también muy recomendables son José Antonio Ramos Sucre,  Gabriel Jiménez Emán, Alberto Barrera o Wilfredo Machado. Este último publicó en 1994 un exquisito bestiario titulado Libro de animales, muy influido por Jorge Luis Borges.

Para terminar, un minicuento inédito que escribí en Valencia, en 1996. Creo que es fácil ver las influencias en este texto.

DESPERTAR
Dios me susurra al oído.

El diablo me recita también su réplica.

El niño que soy, vuelve de su paseo por las nubes y me dice: “Una instantánea de la aurora te traigo para que se ilumine tu sonrisa.”

Y es entonces que salgo de mi mundo interior y me digo: ha sido, sucedió, mi fantasma ha vuelto y está aquí hablándome jadeante: “Esta noche la luna salió tarde y hay perfumes intensos que rodean la calle. Desde los fríos muelles hasta las marismas del río, una danza de vientos de otro tiempo soplando bailan y derriban las murallas. ¡Reacciona, triste enajenado! No he caminado hasta aquí para ver el abismo de tus ojos ahondarse en el vértigo que produce tu mirada.”


Y, de pronto, mi mano oprime el alba durante un instante y viejos lastres se arrojan al vacío como fantasmas aburridos, sin que pueda salvarlos la temblorosa telaraña del sueño.

En la soledad que me invade, bajo la cama surge como una serpiente un pensamiento vano: “La sombra que me sigue, ¿es la mía?”

Nada más por hoy. Hasta una próxima emisión.

lunes, 17 de enero de 2011

091 Canciones


Discografía Oficial 
(LP's)

























Último Concierto (1996, Big Bang)



 

Índice Alfabético de Canciones



 (sección en construcción)


#
2000 Locos  

A
A Mí Con Esas (versión de Los Brincos)
Arenas movedizas
Atrás

B
Blues de medianoche  
Buen día para olvidar  

C
Carne cruda
Cartas en la manga
Cayendo
Cementerio de automóviles
Confusión
Cuando pierdo el equilibrio  

D
De licor y tristeza  
Demasiados escalones
 
E
El baile de la desesperación
El desafío
El Deseo de ser Piel Roja (Cara B de SG 1984)
El deseo y el fuego
El hombre invisible
El lado oscuro de las cosas
El placer y el dolor
El sur
El trago más amargo
Ella está detrás de la puerta
En el mismo bar  
En tu locura  
Es solo una señal
Escupir contra el viento  
Esperar la lluvia
Espejismo Nº7

F
Fuego en mi Oficina (Cara A de SG 1983)

H
Hora de decir adiós  

L
Las sombras
Lágrimas en el paraíso (Cara A de SG 1984)
Llamadas Anónimas (Cara B de SG 1983)

M
Más de cien lobos
Me siento mal  
Música para las penas

N
Nada es real
Nada más por hoy  

O

P
Para impresionarte
Perderme en la jungla  
Por Ti en la Oscuridad (Cara B SG 1986 Escenas de Guerra)
Primer invierno después

Q

S
San Martín
Si hay tormenta...
Sigue estando Dios de nuestro lado  
Sólo tú (haces que me sienta bien)

T
Todo lo que quiero hacer
Todo lo que vendrá después  

U
Un camino equivocado
Un día de lluvia
Un hombre con suerte  

V

Z