El pianista de blues Roosevelt Sykes |
- Se acabó el tiempo. No se preocupe, Ele, su
estado es transitorio. Una depresión que hay que tratar. La estancia en el hospital le hará bien.
Mientras tanto, le voy a recetar algo que le hará sentirse mejor.
Eso me
dijo al terminar la sesión. Habló con un tono áspero y por sus ademanes
nerviosos noté que no le había gustado el modo en que se había desarrollado la
conversación; me pareció raro en un terapeuta experto como él. Aquella tarde
habíamos hablado de varios temas que se habían quedado a medias el último día,
entre ellos uno que llamaba su atención por, según sus palabras, pintoresco: mi
hábito de relacionar aspectos de mi vida cotidiana con antiguas canciones de
blues y con la vida y peripecias de los intérpretes de los años ‘30 y ‘40, los
bluesmen errantes de los caminos del sur de Estados Unidos… algo que, sin
llegar a parecerle una obsesión patológica, mi psiquiatra siempre había
calificado como una costumbre juvenil un tanto absurda pues según él no ayudaba
a mi integración social. Yo apenas tenía veinte años cumplidos.
Impuesto por mi familia, el tipo no me caía bien y él lo sabía, pero todos los psiquiatras son iguales: unos redomados imbéciles. Como en consultas anteriores, yo había expuesto mis argumentos de forma vehemente pero inapelable.
- Tal vez
le vendría bien tener un hobby más de acuerdo con estos tiempos.
- El
blues no es ningún hobby, es una manera de vivir. Soy músico, pianista, y así
pienso ganarme la vida. No podría encontrar otra forma mejor de vivir de
acuerdo con estos tiempos inciertos. ¿Acaso hay mejor ungüento para el alma que
la música?
- Lo que
quiero decir es que dada su juventud debería relacionarse más, conocer gente
nueva, no debería quedarse en casa tocando el piano y escuchando discos
antiguos o saliendo exclusivamente a esos garitos donde toca blues en directo
hasta altas horas de la noche. Si no duerme a sus horas todo se complica.
- Duermo
perfectamente y no me sorprende su apatía musical. Dígame una cosa…, flotando
en el aire de esta habitación… ¿no oye usted un blues en este momento?
- No oigo
nada, pero sé distinguir el blues del jazz, y a Elvis Presley de Beethoven, ese
no es el tema. Estamos hablando de su salud mental. Tal vez eso que dice que
oye sea otra alucinación. En su estado, esa conducta no le hace ningún bien,
sus emociones se disparan, su frustración aumenta y sus pensamientos se vuelven
negativos, es un camino que agravará su estado de ánimo y puede llevarle a un nuevo
internamiento…, esto lo sabe ¿verdad?
- ¿Alucinación
dice? ¿Otro internamiento? Usted lo firmará claro, y mi familia también, está
harta de mí. Ellos también quieren que cambie de conducta y de forma de pensar…
Convendrá conmigo en que todo intento arbitrario de polarizar el pensamiento,
la conducta y la emoción en una bien definida “salud mental” o “locura” está
destinado al fracaso; desafía al sentido común y va en contra de lo que sabemos
acerca de las infinitas variaciones y gradaciones de la enfermedad, en general,
y de la enfermedad psiquiátrica, en particular.
- Conozco
casos que empezaron así y terminaron muy mal por no realizar el ingreso a
tiempo. En su caso, la locura es una posibilidad cierta teniendo en cuenta la
evolución de su trastorno. Para usted tan peligrosa es la depresión como la euforia.
- Sé por
propia experiencia que la locura ocurre, de hecho, solo en las formas extremas
de la manía y la depresión; usted, como psiquiatra, debe saber que la mayoría
de los que padecen una enfermedad maniacodepresiva no se vuelven psicóticos.
Los que pierden la razón – los que deliran, alucinan o se comportan de una
manera especialmente rara y excéntrica – solamente son irracionales durante el
tiempo que dura el brote, y fuera de éste son perfectamente capaces de pensar
con claridad y actuar de manera racional como cualquiera.
- Sí,
pero en su caso la psicosis corre el riesgo de hacerse permanente lo que
explicaría su estado depresivo crónico en el pasado. Su argumentación no se
sostiene.
- ¿Qué no
se sostiene? Mire, la peor clase de melancolía es la que toma la forma de
pánico.
- ¿Siente
pánico?
- Siento
pánico al comprobar que su medicación no me deja ser yo mismo.
- ¿No
piensa entonces seguir mis indicaciones farmacológicas?
- No
- Entiendo.
No me deja otra opción y no puede seguir así. Me temo que tendré que hablar con
su familia. El ingreso se podría arreglar para mañana o pasado mañana en
nuestra clínica, un sitio que ya conoce, en 4 ó 5 semanas se encontrará mejor.
La terapia electroconvulsiva le sentó bien la última vez…
- ¿Terapia
electroconvulsiva otra vez? Pero, ¿por qué? ¿Por tener miedo a dejar de ser yo?
Todo el mundo tiene miedo a no ser él mismo.... Es Vd. un matarife, no puede ser
tan cruel ni darme un argumento tan malo.
- Se
acabó el tiempo. No se preocupe, Ele, su estado es transitorio pero es mejor
tratarlo de inmediato. La estancia en la
clínica le hará bien. Mientras tanto, le voy a recetar algo que le hará
sentirse mejor.
Así terminó
nuestra charla. Yo habría seguido refutando sus tesis de clínico expendedor de píldoras y de TECs a diestra y siniestra pero se había acabado el tiempo. Me levanté
de la silla y, mientras él escribía en papel timbrado la receta milagrosa
contra mi melancolía, en un último intento reté al psiquiatra a que me indicara
un antidepresivo que fuera más potente que la música.
- ¿Sigue sin estar de acuerdo en que una buena canción
puede ser mucho más efectiva para el estado de ánimo que cualquier droga legal
que recete la psiquiatría? Es más… ¿de verdad no oye usted un blues en este
momento? ¿No oye el piano de Roosevelt Sykes atacar los últimos compases de su
canción…?
Levantó la mirada durante un breve segundo pero no
pronunció palabra. No pudo hacerlo, claro, se había acabado el tiempo. El suyo se
acabó justo cuando sonó un disparo como un cañón.
“No se
preocupe, doctor. Todo es transitorio, incluso la muerte”, le dije, mirando la
masa cerebral sanguinolenta que brotaba de su parietal destrozado.
Y tomando
la receta de su flácida mano que yacía sin vida sobre el escritorio de caoba,
enfundé mi reluciente pistola, un hermoso Magnum .44, y me fui con la música y
con mi melancolía a otra parte.
pre
model 29 .44 magnum
(C) Copyright Lewis Romero, 2004
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