viernes, 11 de octubre de 2013

Cuento breve: “.44 Blues”



El pianista de blues Roosevelt Sykes




 - Se acabó el tiempo. No se preocupe, Ele, su estado es transitorio. Una depresión que hay que tratar.  La estancia en el hospital le hará bien. Mientras tanto, le voy a recetar algo que le hará sentirse mejor.

Eso me dijo al terminar la sesión. Habló con un tono áspero y por sus ademanes nerviosos noté que no le había gustado el modo en que se había desarrollado la conversación; me pareció raro en un terapeuta experto como él. Aquella tarde habíamos hablado de varios temas que se habían quedado a medias el último día, entre ellos uno que llamaba su atención por, según sus palabras, pintoresco: mi hábito de relacionar aspectos de mi vida cotidiana con antiguas canciones de blues y con la vida y peripecias de los intérpretes de los años ‘30 y ‘40, los bluesmen errantes de los caminos del sur de Estados Unidos… algo que, sin llegar a parecerle una obsesión patológica, mi psiquiatra siempre había calificado como una costumbre juvenil un tanto absurda pues según él no ayudaba a mi integración social. Yo apenas tenía veinte años cumplidos.

Impuesto por mi familia, el tipo no me caía bien y él lo sabía, pero todos los psiquiatras son iguales: unos redomados imbéciles. Como en consultas anteriores, yo había expuesto mis argumentos de forma vehemente pero inapelable.

- Tal vez le vendría bien tener un hobby más de acuerdo con estos tiempos.
- El blues no es ningún hobby, es una manera de vivir. Soy músico, pianista, y así pienso ganarme la vida. No podría encontrar otra forma mejor de vivir de acuerdo con estos tiempos inciertos. ¿Acaso hay mejor ungüento para el alma que la música?
- Lo que quiero decir es que dada su juventud debería relacionarse más, conocer gente nueva, no debería quedarse en casa tocando el piano y escuchando discos antiguos o saliendo exclusivamente a esos garitos donde toca blues en directo hasta altas horas de la noche. Si no duerme a sus horas todo se complica.
- Duermo perfectamente y no me sorprende su apatía musical. Dígame una cosa…, flotando en el aire de esta habitación… ¿no oye usted un blues en este momento?
- No oigo nada, pero sé distinguir el blues del jazz, y a Elvis Presley de Beethoven, ese no es el tema. Estamos hablando de su salud mental. Tal vez eso que dice que oye sea otra alucinación. En su estado, esa conducta no le hace ningún bien, sus emociones se disparan, su frustración aumenta y sus pensamientos se vuelven negativos, es un camino que agravará su estado de ánimo y puede llevarle a un nuevo internamiento…, esto lo sabe ¿verdad?
- ¿Alucinación dice? ¿Otro internamiento? Usted lo firmará claro, y mi familia también, está harta de mí. Ellos también quieren que cambie de conducta y de forma de pensar… Convendrá conmigo en que todo intento arbitrario de polarizar el pensamiento, la conducta y la emoción en una bien definida “salud mental” o “locura” está destinado al fracaso; desafía al sentido común y va en contra de lo que sabemos acerca de las infinitas variaciones y gradaciones de la enfermedad, en general, y de la enfermedad psiquiátrica, en particular.
- Conozco casos que empezaron así y terminaron muy mal por no realizar el ingreso a tiempo. En su caso, la locura es una posibilidad cierta teniendo en cuenta la evolución de su trastorno. Para usted tan peligrosa es la depresión como la euforia.
- Sé por propia experiencia que la locura ocurre, de hecho, solo en las formas extremas de la manía y la depresión; usted, como psiquiatra, debe saber que la mayoría de los que padecen una enfermedad maniacodepresiva no se vuelven psicóticos. Los que pierden la razón – los que deliran, alucinan o se comportan de una manera especialmente rara y excéntrica – solamente son irracionales durante el tiempo que dura el brote, y fuera de éste son perfectamente capaces de pensar con claridad y actuar de manera racional como cualquiera.
- Sí, pero en su caso la psicosis corre el riesgo de hacerse permanente lo que explicaría su estado depresivo crónico en el pasado. Su argumentación no se sostiene.
- ¿Qué no se sostiene? Mire, la peor clase de melancolía es la que toma la forma de pánico.
- ¿Siente pánico?
- Siento pánico al comprobar que su medicación no me deja ser yo mismo.
- ¿No piensa entonces seguir mis indicaciones farmacológicas?
- No
- Entiendo. No me deja otra opción y no puede seguir así. Me temo que tendré que hablar con su familia. El ingreso se podría arreglar para mañana o pasado mañana en nuestra clínica, un sitio que ya conoce, en 4 ó 5 semanas se encontrará mejor. La terapia electroconvulsiva le sentó bien la última vez…
- ¿Terapia electroconvulsiva otra vez? Pero, ¿por qué? ¿Por tener miedo a dejar de ser yo? Todo el mundo tiene miedo a no ser él mismo.... Es Vd. un matarife, no puede ser tan cruel ni darme un argumento tan malo.
- Se acabó el tiempo. No se preocupe, Ele, su estado es transitorio pero es mejor tratarlo de inmediato.  La estancia en la clínica le hará bien. Mientras tanto, le voy a recetar algo que le hará sentirse mejor.

Así terminó nuestra charla. Yo habría seguido refutando sus tesis de clínico expendedor de píldoras y de TECs a diestra y siniestra pero se había acabado el tiempo. Me levanté de la silla y, mientras él escribía en papel timbrado la receta milagrosa contra mi melancolía, en un último intento reté al psiquiatra a que me indicara un antidepresivo que fuera más potente que la música.

-  ¿Sigue sin estar de acuerdo en que una buena canción puede ser mucho más efectiva para el estado de ánimo que cualquier droga legal que recete la psiquiatría? Es más… ¿de verdad no oye usted un blues en este momento? ¿No oye el piano de Roosevelt Sykes atacar los últimos compases de su canción…?

Levantó la mirada durante un breve segundo pero no pronunció palabra. No pudo hacerlo, claro, se había acabado el tiempo. El suyo se acabó justo cuando sonó un disparo como un cañón.

“No se preocupe, doctor. Todo es transitorio, incluso la muerte”, le dije, mirando la masa cerebral sanguinolenta que brotaba de su parietal destrozado.

Y tomando la receta de su flácida mano que yacía sin vida sobre el escritorio de caoba, enfundé mi reluciente pistola, un hermoso Magnum .44, y me fui con la música y con mi melancolía a otra parte.






pre model 29  .44 magnum



(C) Copyright Lewis Romero, 2004

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