domingo, 18 de octubre de 2015

Crónica 9º Ciclo de Blues El Cerro del Andévalo



Crónica 9º Ciclo de Blues El Cerro del Andévalo
Fecha: 17-10-2015
Lugar: Ermita de La Trinidad, El Cerro del Andévalo (Huelva)

Salí de Sevilla temprano, a eso de las 2 de la tarde un sábado lluvioso y fresco. Miré al cielo y no vi a los dioses, solamente oteé en el horizonte una tormenta eléctrica sobre la campiña y truenos y rayos, eso sí, sonando francamente celestiales. Era un buen augurio.





Paré a comer en La Palma del Condado, lugar de buenos vinos que tuve el gusto de degustar en el pasado pero que esta vez no caté ni gota… Hice bien porque la lluvia hizo la carretera de la sierra peligrosa. A la salida de La Palma otra buena señal: volví a parar, esta vez, créanme, en un blanco campo de algodón, campo que nadie había recogido y que me recordó inevitablemente al Blues de Mississippi y más allá. 



Me encontré a un hombre bueno en el camino que paseaba con una vara por el arcén de la carretera. Me dijo que el algodonal había sido plantado para recoger las ayudas europeas, pero ni ese campo ni la finca de girasoles en la lejanía fueron cosechados por los aparceros del pueblo. No era rentable hacer la cosecha. La mitad de hasta donde alcanzaba mi vista era terreno baldío. Así nos va, cuando los latifundistas juegan a ser ladrones como los banqueros.


También paré en el mirador de Calañas que tan buenos recuerdos me trae. Seguía lloviendo, así que tiré un par de fotos rápidas a los arbustos olorosos y a las jaras que cubrían las laderas: el olor a tomillo y romero mojado se podía sentir en el aire húmedo y frío de la loma donde aparqué el coche.



Nada más llegar a El Cerro del Andévalo, localidad onubense de unos dos mil lugareños y con un encanto especial que solo se puede sentir visitándolo, mientras subía por las calles empinadas buscando el Hostal/Casa Rural Camilo, mi guitarra y yo nos encontramos de frente con el amigo Joaquín “Joaco” que bajaba ya instalado en el hostal; él había llegado un poco antes que yo de su Puente Genil de origen:
- Lewis… ¡qué alegría! Finalmente has podido venir.
- Sí, Joaco, un viaje bonito, bro.
- ¿Cómo estás hermano?
- Ha pasado mucha agua bajo el puente, y nunca mejor dicho…

Nos dimos un abrazo campechano y me dirigí a la Casa Rural mientras él y Jose Morueta, “Moru” para los amigos, me esperaban en el único pub del pueblo.

Esperamos la llegada de Carlos Ferrer, productor musical y cabeza visible de MÚSICA FUNDAMENTAL, el sello discográfico onubense que publicó hace recientes fechas, entre otros de su catálogo, el disco UNDER THE BRIDGE, primer trabajo del armonicista JOACO RODRÍGUEZ, y con JOSE MORUETA a la guitarra y a la voz. Un excelente disco de blues sin pretensiones con importantes colaboraciones y que nos llevará al escucharlo por terrenos acústicos y eléctricos. Un magnífico álbum con 12 temas que Joaco me envió cuando se publicó y que desde entonces llevo en el coche.

 
 

El álbum es sobre todo un formidable ejemplo y ejercicio del maestro de la armónica que es Joaco, maestro del que, desde que le conocí, siempre me ha impresionado el tono que le saca a este pequeño instrumento, tono que es diferente en cada músico; cada armonicista tiene el suyo, que hay que aprender a reconocer. Joaco, bebedor de las fuentes clásicas, Little Walter, Big Walter Horton, Sonny Boy Williamson, Billy Boy Arnold o George “Harmonica” Smith hasta los bluesmen blancos como Paul Butterfield, Charlie Musselwhite, Rod Piazza o su admirado Kim Wilson, y desde luego de los españoles Ñaco Goñi o Mingo Balaguer, por nombrar a algunos veteranos maestros de la tierra; Joaco, decía, ha desarrollado, para mí, un tono propio con el que, cuando utiliza uno de sus micrófonos de los años ’50, especiales para armónica, consigue asombrar y emocionar al personal. Al menos conmigo, y con otros como yo, lo consigue, y en la Ermita sucedió de nuevo, como más tarde relataré.
 
Jose Morueta & Joaco Rodríguez


 




















Volviendo al disco, un tema como “Someday After A While (You'll Be Sorry)” del tejano Freddie King, es uno de los puntos álgidos del álbum. Versiones de Robert Johnson como “They're Red Hot” o “Walkin’ Blues”, este último con la guitarra y la voz  del argentino Pol Castillo,  “My Home Is A Prison” un delicioso blues de Slim Harpo o una estupenda versión de “Freight Train” de la gran intérprete zurda de folk blues Elizabeth Cotten –otro de los grandes momentos del disco- son temas que Joaco y Jose van desgranando en la primera mitad del álbum para llegar a las colaboraciones de lujo:  además de la comentada de Pol Castillo, también aparecen el bluesman vasco de la banda The Reverendos, Reverendo Igor al piano eléctrico y voz en una versión de “How Long Blues” deudora de la versión que hiciera el pianista de Muddy Waters Pinetop Perkins, a su vez inspirada en la original que registraran el dúo Leroy Carr y Scrapper Blackwell en 1928 y que fue uno de los “best sellers” del Blues de preguerra. El amigo y guitarrista afincado en Valencia Salvador Poquet, el gran guitarrista brasileño Igor Prado y el bluesman portugués Pedro Tatanka van colaborando en unas canciones redondas y que, por la distancia, y salvo las pistas de Joaco y Jose Morueta, se grabaron y mezclaron por separado.
 

Nos dirigimos después del café a la Ermita de La Trinidad, donde a partir de las nueve y media de la noche se desarrolló el concierto. El lugar es mágico. Y no porque fuéramos predicadores del Blues, que también, sino porque sus muros de piedra antigua, el techo abovedado, los arcos de medio punto de estilo plateresco, creo, y el sonido del Padre Nuestro que provenía de la iglesia anexa, donde el párroco instaba a orar con celo a los feligreses de la misa de ocho, daban un tono de recogimiento y de sagrado a la música de blues que se iba a interpretar a continuación.

Ermita de La Trinidad


El campo de algodón del principio del viaje fue una buena señal, sin duda. El concierto se condujo con una acústica más que excelente en la que Joaco decidió, creo que acertadamente, tocar a pelo, es decir, sin amplificar su armónica. La voz de Moru resonaba en las paredes y los ritmos de su guitarra acústica llevó a los oyentes a los campos, nunca baldíos, del sur de Estados Unidos. Sonaron en la ermita clásicos del blues como “Big Boss Man”, “They’re Red Hot”, “Freight Train”…


Al final de su actuación, Joaco y Jose Morueta invitaron a subir al que escribe estas líneas y nos marcamos un “My Babe” de Little Walter tocado a ritmo medio-lento que sacudió las telarañas de mi estómago -subí al escenario con cierto ruido de tripas, un problemilla que no supuso impedimento alguno para disfrutar de una magnífica velada con este 9º Ciclo de Blues del Cerro del Andévalo.

Más tarde, Carlos y su hija marcharon de regreso a Huelva y nosotros tres, más Esmeralda, fuimos a un restaurante cercano a degustar el pescaito frito de Huelva (Moru y yo somos paísanos, nacidos en Onuba) a base de chocos fritos en su punto, adobo recien aliñao, gambas rebozadas, ensaladilla rusa… Final perfecto para una jornada con mucho blues a flor de piel que permanecerá bastante tiempo en nuestra memoria.


Al otro día, domingo y camino de regreso a casa, detuve el coche en un corral solar al lado de la carretera. En primer lugar, para fotografiar un nido de cigüeñas abandonado hasta la primavera y donde ahora crían bulliciosos los gorriones. En segundo, para mojarme las botas y chapotear un poco en un charco de agua y barro, eso es irresistiblemente divertido. Y en tercero, porque mi vida pasada como ingeniero solar sigue presente: he diseñado muchas instalaciones solares y eólicas. Y eso, amigos, también resulta irresistiblemente divertido. Y ecológico.


Quiero dar especialmente gracias a Carlos Ferrer y a Música Fundamental por el trabajo callado de producción musical que vienen realizando desde hace años y que ya empieza a dar sus frutos. Desde aquí le envío un abrazo y mi sincera admiración. 

Como escribió
Henry David Thoreau: No importa lo pequeño que parezca el comienzo: lo que se hace bien una vez, está hecho para siempre.”

Salud y Blues!








 




 















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